Alberto Velasco, dramaturgo, director de teatro y bailarín, tiene un universo teatral propio. Se comprobó en “Escenas de caza” (2017), por ejemplo, y vuelve a verse ahora en “Atra Bilis”, drama al que la autora, Laila Ripoll, disfraza de comedia, o comedia a la que viste de drama, y la dirección de Alberto Velasco lo recubre todo de una crueldad llena de poesía. Alberto Velasco hunde en el espectador un cuchillo forjado con mazapán, dulce puñalada, pues, mientras en el escenario retumba una inquietante tormenta como de confetis negros invisibles. “Atra Bilis”, que se representa en el Infanta Isabel de Madrid, es teatro políticamente incorrecto, una pieza sobre cuatro arpías que también son víctimas de ese sombrío mundo externo en el que sopla peligrosamente el viento en esta noche en la que velan al difunto y la larga madrugada se llena de una terrible magia procedente de la más monstruosa España rural.

Es difícil explicar “Atra Bilis” porque es difícil explicar lo inexplicable. En la obra resuena, sí, el esperpento de Valle, el pulso de Federico en “La casa de Bernarda Alba”, y existen rasgos del fabuloso Teatro Furioso que escribió el olvidado Francisco Nieva y quedó, en su mayoría, inédito. García Lorca advirtió poéticamente del peligro de la hermana “seca” de las Alba, que finalmente provoca el asesinato que desencadenará la tragedia y destruye la vida de Adela, y Laila Ripoll expone en “Atra Bilis” a dos mujeres “secas”, las hermanas Nazaria y Daría, que cada una ha buscado despiadadamente romper la vida de la otra durante 50 años. “Por esperar marido caballero me llegan las tetas al meadero”, exclamará Daría. Para más tarde escupir sobre su hermana: “La seca eres tú ¡Yerma! ¡Medio mujer! ¡Seca!”.

La obra parece al principio una exhibición de totalitarismo –“Tú estás para lo que yo te mande”-, pero todo se complica, se hace mucho más siniestro, desde la pobre Aurorita que reprocha a Daría “-Tú ahorcaste a mi gato porque yo lo quería, ¡mala!-”, hasta asuntos mucho más graves escondidos en el pasado: el crimen. Se trata, en definitiva, de unos seres humanos terribles, inyectados de odio y veneno, pero que quedarán de una manera risueña colgados en la memoria del espectador, porque son personajes de una obra distinta, envolvente, excelente, buen teatro, con una estética conectada con la tradición española, unas brujas, sí, malas y maravillosas.