Francisco Umbral sostenía que Proust podía escribir centenares de páginas sobre una taza, en torno a la quietud de esa taza, con un ritmo lento y brillante, pero que si una taza era nombrada en un libro de Agatha Christie era porque tenía que ver con el crimen. En las novelas de Agatha Christie, efectivamente, las menciones a algo siempre son para aportar un indicio o no indicio a la laberíntica trama criminal que han de resolver “las pequeñas células grises” del detective Hercules Poirot o la intuición de Miss Marple. ‘La dama del crimen’ nunca –o pocas veces- se permitió adornos estilísticos, midió el uso de los adjetivos como si se tratara de algo que se agota, y todo lo ubicó al servicio del conjunto de la novela, para que finalmente resultara una pieza redonda, perfecta, en la que sus elementos encajan en un complicado puzle como los que resuelve Poirot en presencia de todos los implicados.
Esta escritora ha vendido un billón de libros. La editorial Planeta ha lanzado una colección de novelas de Agatha Christie, que se vende en quioscos, y anuncia en este marzo la reedición en Austral de “La ratonera”, fascinante obra teatral llena de intriga, que antes de convertirla en teatro fue uno de los cuentos más brillantes de la autora, y se halla entre las obras más representadas de la historia. Además, el canal televisivo Paramount Network emite diariamente episodios de la serie “Poirot”, protagonizados por un magistral David Suchet. Porque Agatha Christie escribió novelas con diálogos ágiles, que siempre giran en torno a lo significativo, novelas, decíamos, que han sido trasladadas numerosas veces al cine y a las tablas teatrales. Ella fue muy aficionada al teatro. En sus libros aparecen frecuentemente actrices.
En los libros del comisario Maigret, Georges Simenon formula, como en todas sus otras obras, una lectura descomunal, sensacional y honda del alma humana, nunca juzga a sus personajes, el hombre y la mujer aparecen con todas sus grandezas, contradicciones y miserias. Agatha Christie sí formula frecuentes y tristes reproches al mal, que realizan en ocasiones directamente Hércules Poirot o Miss Marple al asesino, y la descripción de cada personaje únicamente aporta los detalles esenciales para el desarrollo de la trama. La brillantez del estilo de Agatha Christie no está en la escritura, sino en el subsuelo de esa escritura, en el global de la historia. Los personajes parecen a primera vista descritos de un brochazo, aunque realmente se ha hecho con un fino pincel. “Una vieja dama, muy seria y erguida, de una fealdad impresionante, ocupaba una de las mesas pequeñas. Pero la suya era una fealdad no exenta de distinción, que fascinaba más que repelía”, se lee en «Asesinato en el Orient Express».
Eugenio D’Ors dijo con envenenada ironía que el personal aspecto de Valle Inclán no era sino una perpetuación del uniforme de estudiante de Compostela. Agatha Christie (1890-1976) cultivó una falsa imagen de elegante ama de casa rica de la época. Escribió sensacionales novelas que se reeditan constantemente en todo el mundo. Y siempre detestó dulcemente a Poirot.
Y se ha estrenado recientemente la película “Muerte en el Nilo”, dirigida e interpretada (como Hércules Poirot) por Kenneth Branagh. Hay un diálogo en la novela que marca toda la historia, aunque no se dice en la película. Es el que se da casi al final entre Rosalie Otterboune y Poirot: “El amor puede ser una cosa espantosa”. Y el detective belga responde: “Por eso la mayoría de las grandes historias de amor son tragedias”. Agatha Christie, sí, escribió en “Muerte en el Nilo”, una de las novelas más deslumbrantes de su amplísima y adictiva producción literaria, una tragedia shakesperiana. Kennet Branagh, que cimentó su carrera en versiones cinematográficas de Shakespeare, un consumado experto en el mayor poeta de todos los tiempos, hace en su sobresaliente, oscura y exuberante película “Muerte en el Nilo” una tragedia shakesperiana en la que los más inquietantes sentimientos del alma humana afloran bajo los luminosos y hermosísimos paisajes de Egipto. El libro de «La dama del crimen» es perturbador y la película de Branagh conmueve y emociona. Hamlet lleva el bigote de Hércules Poirot.
La cinta arranca con bellas imágenes del Nilo y de las pirámides, con cierto perfil de película de aventuras, y añade en esos primeros momentos tomas en vertical acompañadas de música, un suspense al estilo de Hitchcock, pero pronto la historia deriva hacia una invisible pero cada vez más evidente descripción de los más desgarrados sentimientos humanos, de las pasiones incontrolables, de las pulsiones que conducen a una persona corriente a matar o morir. Poirot afirma en un momento de la novela –frase que no está en la película-: “Tengo miedo. Sí, yo, Hércules Poirot, tengo miedo…”. Kenneth Branagh recrea impecablemente la atmósfera del libro, respeta absolutamente la esencia, y recubre todo de una exquisita sensualidad que no llega a sexualidad, de primeros planos del rostro de los protagonistas llenos de expresión, actualiza algunas cosas, traslada rasgos descritos en la novela de algún personaje a otro, pero Agatha Christie está permanentemente en el metraje. Hay diálogos construidos por los guionistas, alguno recogido de otros libros de la autora, y varios extraídos textualmente de “Muerte en el Nilo”. Como la descripción que Jackie formula a Linnet de su todavía novio: “Se llama Simon Doyle. Es alto, ancho de espaldas, increíblemente simplón y pueril, pero extraordinariamente adorable”. Y añadirá: “¡Me moriré, de eso estoy segura, si no me caso con él me moriré!”. Romeo y Julieta viajan a través del Nilo. Por eso Poirot sintió miedo. Estupenda siempre Agatha Christie.