La capilla ardiente se instalará este sábado en la sede madrileña de la Academia a partir de las 19:00 horas

«Junto a Buñuel es uno de los cineastas más importantes de todos los tiempos. «Plácido» y «El verdugo» son dos de las mejores películas del cine español y Berlanga es uno de los directores más importantes del cine mundial”, ha dicho el presidente de la Academia, Álex de la Iglesia, nada más conocer la noticia.
El hilarante Luis García Berlanga de la División Azul, el profesional que se las tenía que ver con la censura, el realizador de éxito que rememoraba una y otra vez los avatares de rodajes de películas ya clásicas y el libertario que hablaba de la sociedad con sarcasmo y ternura. Berlanga, para siempre Berlanga, era «un galimatías contradictorio”, en palabras de su buen amigo Jess Franco, un tipo «inclasificable” que había dirigido títulos imprescindibles del cine español.
Y el autor de «El verdugo» y «Plácido», que se despidió de la gran pantalla en 1999 con «París Tombuctú», se declaraba «un ejemplar humano sin otro credo que la libertad personal», manifestó en sus peculiares memorias «Bienvenido Mister Cagada», un recorrido «caótico» por la vida del octogenario director y guionista cuyo título provenía del rodaje de la mítica «¡Bienvenido Mr. Marshall!» porque cada vez que acababa un plano Berlanga exclamaba «¡Vaya cagada!».
Sin pelos en la lengua, Berlanga nació en Valencia en el 21, estudió en los jesuitas y en un internado de Suiza, entró en Filosofía y Letras y sin acabar la carrera se enroló en la División Azul para ganarse los favores de una chica de la que estaba enamorado. Contaba el director de «Tamaño natural» y la inolvidable trilogía «Patrimonio nacional» que en los años de la guerra fue un muchacho «más o menos republicano, de tendencias anarquistas y amistades falangistas», que se habría dejado matar antes de ser el quien matara.

Tras su larga experiencia militar y sus muchos meses de mili, Berlanga empezó en el cine, donde sus escarceos con la censura fueron constantes. Le prohibieron una escena en que la guardia civil hería de un disparo a un fugitivo. El argumento que le dieron es que la Benemérita no fallaba nunca. Además de la censura oficial, estaba la de Francisco Franco, que se hacía proyectar en El Pardo todos sus filmes. También tuvo problema con «Los jueves, milagro», un guión en el que metieron mano los coproductores italianos que eran del Opus Dei, contaba el maestro, que se pasó más de veintitantos años hablando y haciendo guiones con Rafael Azcona. «Creo que ha sido el tiempo más fructífero de mi cine. Rafael y yo tuvimos el mejor sistema de trabajo, o sea, ninguno».

Reconocido por la crítica y los premios, Berlanga confesó que su etapa más creativa y de mayor independencia mental fue con «La escopeta nacional». «Siempre he intentado, vanamente, ser sincero, contar historias de nuestra tierra sin actitudes dogmáticas o docentes. Pero todo el mundo quiere que tomes partido, y eso para mí es renunciar a la libertad», declaró este creador, que siempre persiguió que sus trabajos fueran «un trozo de vida y no una ficción. No me interesa la perfección técnica».
Considerado como uno de los mejores directores de actores, a Berlanga no le gustaban James Dean, Marlon Brando, Greta Garbo ni Kirk Douglas, «que hacen creer al público que son geniales cuando la mayoría de las veces son simplemente insoportables». Él amaba a Amparo Soler Leal, Chus Lampreave, Pepe Isbert, López Vázquez, Manuel Alexandre, entre otros muchos nombres a los que este contador de historias «cazurras» de la gente corriente, debe «las mejores horas de mi carrera».
Genio de nuestra cinematografía, Berlanga ha pasado a la historia por haber hecho un retrato de la sociedad española de su tiempo, por dejar un testimonio que iba más allá de la historia política y social. Es la obra berlanguiana, un término que aparece en los diccionarios para referirse al particular universo de este cineasta que todos los días, en las noticias, veía el embrión de una película.

Su filmografía está repleta de títulos inolvidables e imprescindibles en la historia del cine patrio. En 1951 rodó «Esa pareja feliz», su primer largometraje en colaboración con Juan Antonio Bardem, y con «¡Bienvenido Mr. Marshall!» definió su cine – la sátira, la farsa, el humor negro y una visión crítica y esperpéntica de la realidad sociocultural y política española-. En la década de los 60 realizó algunas de sus obras más importantes, como «Plácido» y «El verdugo», comedia negra que obtuvo gran repercusión internacional. Posteriormente firmó en Francia «Tamaño natural» (1974), y una vez que desapareció el franquismo, «La escopeta nacional» (1978) y «La vaquilla»(1985), entre otros.

En 1986 fue reconocido con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes y en 1993 se llevó el Goya al mejor director por «Todos a la cárcel». «No he vuelto a ver ninguna película mía después de terminarla». Eso sí, tuvo que volver a ver por primera vez en su vida «¡Bienvenido Mr. Marshall!», con motivo de su 50 aniversario, cuando hubo un pase en Madrid». En relación a este filme, aseguró que no estaba entre sus favoritos, «aunque tampoco tengo jerarquizadas mis películas».
Cuando la entrañable «¡Bienvenido Mr. Marshall!» celebró su medio siglo de existencia regresó a la gran pantalla en versión íntegra y arropada por el corto protagonizado por Luisa Martín, «El sueño de la maestra». Y es que, aunque dijo adiós al celuloide con «París Tombuctú», el desaparecido cineasta valenciano volvió a mirar por la cámara para rodar «El sueño de la maestra», un plano secuencia de diez minutos en el que cuenta el sueño que tenía preparado para Elvira Quintillá hace cincuenta años en «¡Bienvenido Mr. Marshall!» y que no pudo filmar a causa de la censura.
Poco amigo del método e incondicional del actor que lo era «desde las tripas”, el maestro de Valencia estaba casado con María Jesús, con la que tuvo cuatro hijos.